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Este mapa muestra el área del barrio de Flores, CABA. La zona comercial, marcada en rojo, es el núcleo donde se ubican la mayoría de los comercios y talleres, mientras que la zona de abastecimiento, delimitada en amarillo, representa el entorno inmediato desde el cual se nutre esta actividad. Esta delimitación ayuda a entender la dinámica territorial de los talleres textiles y su vínculo con la informalidad laboral.

Esta línea de tiempo resume los principales hitos en la fiscalización de talleres textiles en CABA entre 2012 y 2023. Refleja el trabajo de inspección, clausuras y políticas aplicadas para combatir la informalidad laboral. Es una herramienta visual para comprender la evolución y los desafíos persistentes en torno a la informalidad, la precarización laboral.

El gráfico muestra las principales irregularidades detectadas en los talleres textiles inspeccionados en CABA. La más frecuente es la presencia de instalaciones eléctricas deficientes, lo que evidencia una problemática estructural de precariedad e informalidad en el sector, con serios riesgos para la seguridad y los derechos de los trabajadores.

Diversas marcas reconocidas han sido señaladas en denuncias, investigaciones y operativos por su presunta vinculación con talleres clandestinos. Estas incluyen hallazgos de ropa etiquetada en talleres ilegales, trabajo informal y condiciones laborales irregulares, revelando la persistencia de cadenas de producción precarizadas incluso en marcas de gran visibilidad.
Al recorrer las calles del centro de Flores encontramos una realidad de la que poco se habla. Luis, un comerciante común y corriente, nos ayudó a enriquecer la perspectiva del vecino o trabajador del lugar que está en el día a día en la zona.
Este informe ayuda a la comprensión de la problemática acerca de los residuos generados por los talleres textiles en Flores. Documentamos videos e imágenes que dan prueba de ello. Un policía acompañó este material con su testimonio y explicó lo que vive a diario.
Una tarde en Flores entre basura, silencio y sospechas
El barrio de Flores, en la Ciudad de Buenos Aires, tiene muchas caras. El pasado lunes, una recorrida por sus calles nos permitió atisbar algunas de ellas, especialmente aquellas que no suelen salir a la luz. En plena tarde, alrededor de las tres, llegamos a la zona de talleres, específicamente a partir de la calle Bogotá, donde la primera postal fue imposible de ignorar: basura por doquier. Cuadra tras cuadra, el paisaje urbano estaba marcado por bolsas rotas, desechos acumulados y un olor persistente que lo impregnaba todo.

El movimiento era intenso. Micros de larga distancia iban y venían, cargando telas y personas en un ir y venir constante. Intentamos registrar el momento, pero no fue sencillo. Muchos se negaron a ser filmados y tampoco quisieron hablar. El silencio era casi tan denso como la mugre que rodeaba cada esquina.
Nos dirigimos entonces hacia la zona comercial, donde los locales comenzaban a cerrar. El panorama no cambiaba: más basura, más silencio, y algunas personas revolviendo bolsas en busca de algo útil o comestible. Intentamos obtener declaraciones de los policías presentes, pero la mayoría se rehusó. Finalmente, dos oficiales accedieron a hablar, aunque con una condición: nada de cámaras. Según contaron, una orden superior les prohíbe mostrarse en videos, consecuencia de incidentes pasados.
Los agentes confirmaron que conocen la existencia de talleres en la zona, pero aclararon que ellos no se encargan directamente del tema. Las investigaciones y eventuales clausuras corren por cuenta de una brigada especial. Ellos, por su parte, reciben reclamos vecinales todos los días. Algunos, confesaron, llegan incluso a ser falsas alarmas que deben atender igual por protocolo. "Una vez por semana nos mandan a la misma dirección donde nunca hay nada. Ya es una especie de broma, pero tenemos que ir igual", comentaron entre risas incómodas.
Uno de los pocos que aceptó hablar sin reservas fue un recolector de basura. Lleva años trabajando en Flores y aunque no escatimó en amabilidad, sus palabras fueron cuidadosas. Aseguró que todo "funciona bien" y que no hay necesidad de cambios. No tenía quejas sobre la gestión de residuos, pero su reticencia a criticar algo dejó entrever una especie de autocensura. Su testimonio, si bien escaso en información concreta, fue revelador en otro sentido: el miedo a hablar, incluso de lo evidente.
Cerca de las 16:30, cuando las calles ya estaban desiertas y el movimiento había disminuido considerablemente, logramos hablar con dos trabajadores que viven desde hace años en el barrio. Aunque aceptaron dar su visión, evitaron entrar en detalles. No quisieron hablar sobre la clandestinidad de los talleres ni sobre la actuación de las autoridades. Dejaron claro que hacerlo podría tener consecuencias.
Ambos coincidieron en un punto clave: la insatisfacción con la situación actual. La basura, la falta de contenedores suficientes y la escasa presencia estatal fueron las principales quejas. "Falta control, falta limpieza y falta voluntad de cambiar las cosas", dijo uno de ellos, con bastante enojo.
Flores parece ser un barrio donde el silencio pesa más que las palabras, donde los problemas se acumulan como la basura en sus calles, y donde quienes conviven con esa realidad a diario, han aprendido que a veces es mejor no hablar. Pero detrás de ese silencio, hay historias que piden ser contadas.
"Afuera es un desastre, pero no porque queramos vivir así"
Cristian trabaja en la zona desde hace una década. Diez años de ver pasar miles de personas por día, de abrir su local temprano y cerrar al caer el sol, en un barrio de la Ciudad de Buenos Aires que parece no estar en los planes de nadie. Diez años viendo cómo las cuadras se llenan de gente y de basura, mientras el Estado —dice— nunca aparece.
"La verdad es que por acá no se acercan. Nunca vimos que el gobierno recorra, que hable con los vecinos o que siquiera se interese un poco por esta zona. Somos una parte medio olvidada", explica con resignación. No lo dice en tono de protesta, sino como quien repite una realidad que ya se naturalizó.
La zona en la que trabaja es un corredor comercial activo, visitado por personas de todo el país y de países limítrofes, que llegan para hacer compras mayoristas o encontrar precios más accesibles. El movimiento es constante. Sin embargo, a pesar de la importancia económica de ese circuito, los servicios básicos parecen no acompañar.
"Acá cada cuadra funciona como un shopping a cielo abierto. La cantidad de gente que pasa en un día, sobre todo los sábados, es una locura. Y sin embargo hay un solo tacho de basura por cuadra, o a veces ni eso. No abastece. Se llena enseguida, la basura queda en la calle, desbordada", cuenta.
Para Cristian, ese descuido tiene consecuencias directas no solo en la higiene del barrio, sino en la imagen que se lleva la gente de la ciudad. "Viene gente de Córdoba, Rosario, La Pampa, y lo que se llevan es una impresión de una Buenos Aires sucia, dejada. Y la verdad es que no es así. Nosotros no vivimos en la mugre. Los comerciantes limpiamos hasta la puerta de nuestros locales. Pero de la puerta para afuera, eso ya es responsabilidad del gobierno, y no se ocupan", afirma.
La sensación de abandono es generalizada. No es solo la basura. También, dice, hay ausencia de controles o controles mal aplicados. Cuando se le pregunta por los talleres clandestinos —una problemática que suele estar asociada a esas zonas—, Cristian responde que no son tan visibles. "No específicamente por acá. Están más metidos", aclara. Pero sí tiene algo que decir sobre los operativos de clausura que, según él, no siempre se hacen con transparencia.
"Los operativos que aparecen son más que nada por las noticias. Pero son medio clandestinos también. Están mal dados, no son legales. Si bien hay un fiscal de por medio, se nota que vienen con otra intención: sacarle plata a la gente que está trabajando en los talleres. Y tendría que ser al revés. No se puede perseguir a alguien que está tratando de ganarse el día", sostiene.
La división entre quienes trabajan y quienes controlan está marcada en su relato. "En los talleres hay gente que trabaja. Punto. Se ganan el día. Pero de las autoridades… se ven cosas. El tema es que mucho acá no se puede hablar", dice con cautela, dejando entrever que hay prácticas que prefiere no nombrar, pero que todos en el barrio conocen.
Cuando se le pregunta si ha notado alguna mejora con el paso del tiempo, responde con un gesto de duda. "Siempre fue bastante similar. En un momento pusieron contenedores, eso sí. Pero igual no alcanza. Estamos hablando de 40 o 50 cuadras que funcionan como centros comerciales. Y ponen un contenedor cada una o dos cuadras… Es imposible que eso alcance."
El reclamo, entonces, es claro: más presencia del Estado. Pero no en forma de multas o clausuras irregulares, sino en forma de infraestructura, diálogo y soluciones reales. "No pedimos mucho. Solo que estén. Que vengan, que escuchen, que vean lo que pasa acá. Porque si no, las consecuencias las seguimos pagando nosotros."
Cristian no habla solo por él. En su voz se escuchan las preocupaciones de decenas de comerciantes que cada día levantan las persianas de sus negocios, hacen frente a la suciedad, a la falta de controles adecuados, al olvido. Porque detrás de cada cuadra de ese "shopping" informal que describe, hay trabajadores que no quieren vivir entre los residuos, ni que los miren con sospecha.
"Afuera es un desastre —dice—, pero no porque queramos vivir así. Es porque no hay nadie que se haga cargo."